Puesto que la fotografía autentifica la existencia de tal ser, quiero volverlo a encontrar enteramente, es decir, en esencia, tal como él mismo, más de un simple parecido, civil o hereditario. Aquí la insipidez de la foto se hace más dolorosa; pues sólo puede responder a mi deseo excesivo mediante algo indecible: evidente y sin embargo improbable.Ese algo es el aire.

El aire de un rostro es indescomponible.

El aire es esa cosa exorbitante que hace inducir el alma bajo el cuerpo, pequeña alma individual, buena en unos, mala en otros.

El aire es como el suplemento inflexible de la identidad, aquello que nos es dado gratuitamente, la sombra luminosa que acompaña al cuerpo; y si la foto no alcanza a mostrar ese aire, entonces el cuerpo es un cuerpo sin sombra, es decir, estéril.

El fotógrafo da vida a través de ese tenue ombligo; si no sabe, ya sea por falta de talento, ya sea por mala suerte, dar al alma transparente su sombra clara, el sujeto muere para siempre.

Roland Barthes, La cámara lúcida

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